El compostaje es mucho más de lo que se logra ver y no solo porque el compost está hecho por microorganismos, sino también por todos los cambios que genera en uno mismo y en su entorno.

Al iniciarnos en el compostaje empezamos a cambiar nuestra concepción de “basura”. De pronto, lo que vemos como desechos lo comenzamos a ver como un recurso y una fuente de energía. Seguido de esto nos volvemos conscientes del ciclo vital que permite que la vida continúe: el retorno a la tierra de aquello que ya no necesitamos para la aparición de nuevas formas de vida y recursos; un ir y venir constante del que somos parte.

Por otro lado, identificamos esos organismos vivos que juntos forman “un solo ente” y que han vivido y evolucionado en simbiosis con las plantas desde el principio de la vida en la Tierra. Esas plantas que dan oxigeno y alimento a todos los seres que habitan sobre “Ella” y que son indispensables para nuestra supervivencia.
Así nos damos cuenta que mantener activo este ciclo vital promueve la conservación de los recursos naturales y ecosistemas que sustentarán la vida de las futuras generaciones. En otras palabras, mantenerlo es sinónimo de sostenibilidad.
Conforme pasa el tiempo, nos damos cuenta que hacer compost es uno de los actos de agradecimiento y generosidad más grandes que hay: es retornar y regalar más vida.
Una cosa lleva a la otra: durante el proceso nos volvemos más generosos con nuestro entorno en general; ahora vemos las interindependecias y sabemos que lo que va, vuelve. Empezamos a generar cierta empatía con la naturaleza y buscamos crear estilos de vida más respetuosos con el medio ambiente. Y así, tratando de generar el menor impacto negativo, buscamos la sostenibilidad.
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Autor: Gonzalo León
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